La obra de Azorín
"El estilo no es nada. El estilo es escribir de tal manera que quien lo lea piense: Esto lo hago yo. Y que, sin embargo, no pueda hacer eso tan sencillo –quien así lo crea–; y que eso que no es nada, sea lo más difícil, lo más trabajoso, lo más complicado". Nadie ha definido mejor que el propio Azorín su escritura, con unas palabras que muestran su búsqueda incesante de la pureza, una destilación que evita lo superfluo y casi alcanza la abstracción, recuperando el castellano más arcaico para remozarlo hasta darle una nueva vida.
Nacido en Monóvar (Alicante) en 1873, tras estudiar con los escolapios en Yecla (Murcia), en 1888 se trasladó a Valencia, donde inició la carrera de Derecho, que nunca llegó a completar. Su precoz interés por la literatura se hizo público por primera vez en la conferencia que presentó en el Ateneo Literario de Valencia sobre “La crítica literaria en España”. Pronto aparecerían sus primeras obras impresas, Moratín (1893) o Buscapiés (1894), para las que utilizó pseudónimos como Cándido o Ahrrimán, y que hoy en día son tesoros bibliográficos prácticamente imposibles de encontrar.
En 1896 se mudó a Madrid, donde se ganó la vida precariamente gracias a sus colaboraciones en la prensa (El País), y trabó amistad con otros jóvenes literatos, como Valle-Inclán, Baroja o Juan Ramón Jiménez, a quienes más tarde se conocería como la Generación del 98, denominación ideada por el propio Azorín en Clásicos y modernos (1913). Con la publicación de Charivari (1897), una ácida crítica del mundillo literario, su nombre empezó a hacerse conocido. Pese a que su irrupción en los círculos artísticos y periodísticos llegó acompañada de unos postulados radicales, pronto evolucionaría hacia posturas más conservadoras.
En 1902 apareció la que es considerada como su primera novela importante, La voluntad, a la que seguirá un año después Antonio Azorín. Son libros con una fuerte carga autobiográfica en los que se percibe una mirada poética. En 1905 comenzó a colaborar en el ABC, en el que ya permanecerá hasta el final de sus días, y publicó Los pueblos, donde demostró su maestría en la descripción paisajística. En sus libros cada vez se centró más en ciertos autores tradicionales, con títulos como Al margen de los clásicos (1915). En 1924, con motivo de su ingreso en la RAE, escribió el discurso Una hora de España, uno de sus textos más recordados.
Posteriormente seguirá tratando de innovar, aunque siempre dentro de un estilo muy característico. En sus libros anteriores a la Guerra Civil, como Félix Vargas (1928), experimentó con una prosa cada vez más concisa. También practicó el relato corto, caso de Blanco en azul, de 1929, y el teatro, en títulos como Comedia del arte, de 1928, aunque en este género, al que trasladó su austeridad exenta de artificio, no tuvo ningún éxito. Tras el inicio de la guerra se exilió en Francia, donde escribió varios libros evocativos sobre el país que se había visto forzado a abandonar, como Pensando en España, de 1940.
Al volver a Madrid, prefirió vivir en un particular aislamiento, refugiado en sus recuerdos y en el estudio de los clásicos más queridos. En 1946 publicó sus Memorias inmemoriales y en años posteriores continuó con su incansable labor como articulista. En sus últimos años regresó a su infancia y publicó algunos libros, como Posdata (1959), dedicados a recuperar algunas de sus vivencias más íntimas. Azorín, en palabras de Dolores Franco, es el autor de la vida cotidiana, a la que observa con una mirada mortecina, pero repleta de cariño y caridad, y que describe con una voz mortecina, con una suave ternura. Supo fijar una España que venía de muy lejos y que se iba.
Créditos: Elaborado por el Servicio de Información Bibliográfica de la Biblioteca Nacional de España.