Amistades y relaciones
Una de las maneras de acercarse a la biografía de un personaje público es conocer el ambiente en el que se movía, su entorno íntimo y el social, las personas a las que trató, sus seres queridos, admirados, y también a los que detestaba, que en muchas ocasiones se pueden mezclar e ir cambiando de categoría a lo largo del tiempo. Más allá del imprescindible contexto histórico necesario para explicar a una persona, es su pequeño mundo particular, poblado de familiares, amigos, conocidos y prójimos, el que nos ayudará a conocer en primer plano a la persona que hay detrás de las ideas preconcebidas y el lugar común.
La abundante correspondencia de Miguel Hernández da fe de la enorme importancia que el poeta daba a sus relaciones personales e intelectuales. Presentándose como un humilde pastor de Orihuela anhelante de conocer a sus admirados autores, Hernández supo ganarse la simpatía y la admiración de una élite por lo común cerrada, que admiró la frescura e inocencia de un muchacho empeñado en demostrar que de ilusión también se vive.
En esta sección vamos a conocer algunas de las personas más importantes en la vida de Miguel Hernández, camaradas y colegas que le ayudaron en sus momentos más difíciles y que le mantuvieron en su memoria mucho después de su fatídica muerte. Empezaremos el repaso con Ramón Sijé, su compañero del alma y confidente de Orihuela, presencia permanente en su vida hasta que su prematura muerte los separó. La Elegía que Hernández escribió tras el fallecimiento de Sijé (Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por doler me duele hasta el aliento) sigue siendo uno de los más conmovedores testimonios de amistad de la lírica española.
Su puerta de entrada en Madrid se produjo en gran medida gracias al peculiar Ernesto Giménez Caballero, quien le dio cabida desde el primer momento en su Gaceta Literaria, una de las más prestigiosas revistas culturales de la época, donde también ejercía su buen criterio Guillermo de Torre, crítico literario que muchos años más tarde, desde su exilio argentino, todavía recordaba con cariño al poeta-pastor. Otro de los más profundos conocedores de la literatura española contemporánea, Ricardo Gullón, también reconoció el valor de la poesía de Hernández treinta años después de haberlo conocido. De igual manera, la gran filósofa María Zambrano dedicó a su amigo un emocionado artículo en 1978.
Otras figuras fundamentales fueron Carmen Conde y Antonio Oliver, quienes acogieron al poeta en su Universidad Popular de Cartagena, desde la que pretendían ampliar la educación libre y gratuita a capas de población hasta entonces alejadas de la cultura. Conde dedicaría a su amigo y colega hasta seis poemas. Otra iniciativa de popularización de la cultura en la que Hernández se vio envuelto fue La Barraca, el grupo de teatro ambulante en el que coincidió con Federico García Lorca. Aunque la relación entre ambos fue ambivalente, el poeta alicantino lloró al granadino (Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos) en otra de sus fantásticas elegías. También tuvo altibajos su relación con Rafael Alberti y María Teresa León, junto a los que colaboró durante la Guerra Civil en la redacción de El Mono Azul, pero con el paso del tiempo ambos tuvieron que reconocer la pureza y el buen fondo de Miguel.
Otro miembro de la Generación del 27 con el que tuvo contacto fue José Bergamín, quien publicó en su revista Cruz y Raya la obra de teatro Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. En esta misma revista aparecieron las primeras entregas de Residencia en la tierra, de Pablo Neruda, que el propio Miguel Hernández reseñó en el diario El Sol. Neruda siempre mostró un gran cariño por su colega alicantino, al que dedicó unos sentidos versos en su Cántico general (Miguel de España, estrella / De tierras arrasadas, ¡no te olvido, hijo mío, / No te olvido, hijo mío!).
Una figura paternal, que acompañó a Miguel en sus peores momentos, fue José María Cossío, quien le dio trabajo como redactor de artículos para su monumental Los toros y que hizo todo lo posible por salvar su vida cuando fue detenido tras el final de la guerra. También tutelar fue Juan Ramón Jiménez, el maestro más respetado por el joven poeta, quien vio en él un referente al que aspirar y que en compensación recibió unas laudatorias palabras de ánimo, con más valor si cabe teniendo en cuenta que Jiménez no era excesivamente generoso y en absoluto condescendiente en sus halagos. Si Cossío fue fundamental para que tuviera un sustento que aliviara su precaria situación, y Juan Ramón el faro que guio su construcción poética, la pintora Maruja Mallo fue una fuente de inspiración primordial para los más románticos versos de El rayo que no cesa (tus sustanciales besos, mi sustento, / me faltan y me muero sobre mayo).
Aunque los libros de literatura dudan a la hora de encasillar a Miguel Hernández a la Generación del 27 o la del 36 (una cuestión sin mayor relevancia), el hecho es que en su círculo de amistades estaba lo más granado de la Edad de Plata española. Para un joven poeta no había mayor honor que publicar bajo la exquisita supervisión de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, quienes no dudaron en editar El rayo que no cesa. Pero sin duda el mejor amigo de Miguel fue el futuro premio Nobel Vicente Aleixandre, con quien intercambio numerosas cartas llenas de estima y cariño. En 1953 Aleixandre todavía se emocionaba al recordar a su colega en su Elegía en la muerte de Miguel Hernández.
Por supuesto, una relación especialmente importante en la vida de Miguel Hernández fue la que mantuvo con Josefina Manresa, a quien escribió más de 300 cartas y que fue su principal fuente de inspiración poética. Si la imagen de Miguel que más ha perdurado es la que supo captar en su dibujo de los días de presidio Antonio Buero Vallejo, no menos memorables son los versos que este le dedicó, reflejo de una persona y de una época inolvidables.
Fueron tiempos insólitos
fijos en la memoria
como un denso presente que no acaba
Rafael Alberti y María Teresa León
Imagen primera y definitiva de Miguel Hernández
Sí, Miguel venía de la tierra, natural, como una tremenda semilla desenterrada, puesta de pie en el suelo. Y nunca este sentir, esta presencia de espíritu y de cuerpo procedente del barro, se los sacó de su poesía
Me llamo barro aunque Miguel me llame…
Sonido de azadón y paletada golpeándole encima, moliéndole el pedrusco de la osamenta, aunque a la vez cruzada de una canción de arada y labradores.
Imagen primera de…, Buenos Aires, 1945
Elegía en la muerte de Miguel Hernández (Fragmento)
I
No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.
Tumba estelar que los espacios ruedas
con sólo él, con su cuerpo acabado.
Tierra caliente que con sus solos huesos
vuelas así, desdeñando a los hombres.
¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;
sólo hoy su inmensa pesantez de sentido,
Tierra, a tu giro por los astros amantes.
Solo esa Luna que en la noche aún insiste
contemplará la montaña de vida.
Loca, amorosa, en tu seno le llevas,
Tierra, oh Piedad, que sin mantos le ofreces.
Oh soledad de los cielos. Las luces
sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.
Nacimiento último, 1953
Manuel Altolaguirre y Concha Méndez
Noticia sobre Miguel Hernández (M. Altolaguirre)
Su vida completa, desde su niñez campesina de Orihuela hasta su fallecimiento, desprende como el mar o como el río nubes para las lluvias del hombre, sudario para ocultar su muerte. Ningún poeta como él tan rodeado de exaltación, fomentada desde su prodigiosa niñez, allá en su pueblo por el entusiasmo de su viejo amigo, un canónigo, el que le diera sus primeras lecturas (Calderón, Cervantes, Lope), el que recibiera sus primeros versos.
Espuela de Plata, La Habana, agosto septiembre de 1939
A Federico García Lorca (Fragmento, C. Méndez)
De altos sueños y anchas luces
encendías el ambiente
cuando por mi casa ibas
con los amigos de siempre.
Con Luis, con Pablo, con Delia,
con Rafael, con Vicente
con Concha, Rosa y Miguel
-¡que tuvo tu misma muerte!-
Poemas, sombras y sueños, 1944
Carta de Miguel Hernández a José Bergamín. Orihuela, 11 de enero de 1935
Amigo mío José: ¿Me perdonará siempre todas mis detenciones, molestias y tonterías de pastor que no ha visto el mundo más que por un agujero, que no sabe de nada de otras clases de vida ni maneras que las que cultivó hasta hace poco? Gracias.
[…] Fíjese: mi ambición única es ganar un poco para tener un cachico de campo que cultivar y un mendrugo diario que comer en compaña. He nacido para estar por el aire y gustar esos trigos de Dios siempre. Yo estaría ahí. Me colocaría en Madrid el tiempo justo para hacer una cantidad pequeña y venirme y comprar un sitio que tiene escogido mi contemplación por estas tierras únicas.
Dos dibujos (Fragmento)
Miguel, digo tu nombre y me posee
la hiriente y melancólica certeza
de que ya no me oyes.
Roto quedó el diálogo y es vano
pretender tu respuesta.
Desde la piedra de tu lecho último
perdona esta locura
tú, para siempre sordo.
Sin bulto, sin colores, sin conciencia,
el pálido ectoplasma de un dibujo
me devuelve tu gesto.
Hace incontables años
que lo tracé con pulso esperanzado.
Alentabas, vivías.
Sonreías a veces
sentado en el petate
e iban naciendo rasgos de mi mano.
Fueron tiempos insólitos
fijos en la memoria
como un denso presente que no acaba.
Marginalia, 1984
Elegía (Miguel Hernández) (Fragmento)
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
Poesía completa, 1984
¡A la gloria, a la gloria toreadores!
La hora es de mi luna menos cuarto.
Émulos imprudentes del lagarto,
magnificaos el lomo de colores.
Por el arco, contra los picadores,
del cuerno, flecha, a dispararme parto.
¡A la gloria, si yo antes no os ancoro,
-golfo de arena-, en mis bigotes de oro!
«Elegía primera» (Fragmento)
(A Federico García Lorca, poeta)
Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.
No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.
Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Un nuevo poeta pastor
Queridos camaradas literarios: ¿no tenéis unas ovejas que guardar? Gobierno de intelectuales: ¿no tenéis algún intelectual que esté como una cabra para que lo pastoree este muchacho?
¿Quién ayuda al nuevo pastor poeta? ¿Qué ganado se le confía?
¡A ver! ¡Entre todos! ¡Un enchufe para este campesino! ¡Un destinejo para este montaraz! ¡A ver esa Casa de los Poetas!
¡No dejéis al muchacho volverse llorando y arruinado a su redil lugareño!
¡Hacedle aunque sea ferroviario! ¡A ver, a ver! ¡Vosotros, los literatos influyentes y mangoneadores! ¡Un premiecillo nacional para este pastor! ¡Para este poeta parado!
Querido Miguel Hernández: Si después de estas voces no me oye nadie más que usted, sepa por lo menos que mi buena voluntad se ha cumplido.
La Gaceta Literaria, viernes 15 de enero de 1932, nº 121, pp. 10-11
Hernández se dirá desde el principio hasta el fin: los objetos y los sucesos de su canto lo poseen, y tras el fenómeno de la posesión, ras el ser poseído por ellos y el correlativo poseerlos, reconocimiento e identificación, vendrá el expresarlos como algo personal, elementos o partes del mundo interior, asimilados por el poeta y expresados como cosa propia. Impresiona este poder de captación e integración de lo diverso y contradictorio en una corriente unitaria de poesía que no negará las oposiciones, pero las afirmará como partes de un proceso dialéctico en que tendrán sentido. Todo aparecerá pues, dentro de la corriente expresiva y como parte de una confidencia. Por eso su poesía, incluso cuando quiere ser épica, es lírica; incluso cuando es viento del pueblo es viento de Miguel, resonancia de la tempestad de su alma.
Sur, n. 294, Buenos Aires, 1965
Carta de Miguel Hernández a Juan Ramón Jiménez. Orihuela, c. 15 de noviembre de 1931.
Venerado poeta:
Solo conozco a usted por su Segunda Antología que –créalo- ya he leído cincuenta veces aprendiéndome algunas de sus composiciones. ¿Sabe usted dónde he leído tantas veces su libro? Donde son mejores: en la soledad, a plena naturaleza, y en la silenciosa, misteriosa, llorosa hora del crepúsculo, yendo por antiguos senderos empolvados y desiertos ente sollozos de esquilas.
No le extrañe lo que le digo, admirado maestro: es que soy pastor. No mucho poético, como lo que usted canta, pero sí un poquito poeta…
VERDAD contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de la REVISTA DE OCCIDENTE, publica Miguel Hernández, el estraordinario muchacho de Orihuela, una loca elejia a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la "poesía pura" deben buscar y leer estos poemas vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo escepcional poético, y ¡quien pudiera exaltarlo con tanta claridad todos los días! Que no se pierda en lo "católico" y lo rolaco, lo palúdico (las tres modas más convenientes de "la hora de ahora", ¿no se dice así?) esta voz, este acento, este aliento joven de España.
El Sol, 23 de febrero de 1936
XI
Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.
Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.
¡Ay querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.
Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.
Josefina Manresa
Carta de Miguel Hernández a Josefina Manresa. Madrid, 10 de diciembre de 1934
Mi muy querida y jamás olvidada nena: Ayer recibí una carta tuya - ¡qué alegría!- y hoy otra ¡doble alegría! […]. Josefina mía, te prohíbo terminantemente, ¿oyes?, terminantemente, que sufras porque no me tienes a tu lado. Está bien, nenica, que te acuerdes de mí, que me quieras cada día, cada hora, cada minuto, pero está muy mal que no duermas, que no comas, que te entristezcas porque no me has visto en unos días. Eso no te lo permito. Me has puesto de muy mal humor con tu carta de hoy. Quiero conocerte cuando vaya a Orihuela ¡no quiero encontrarme con otra mujer que no sea la misma que conocí. Así, que ya sabes. Tienes que alegrarte, nenica querida, ojos de los míos; tienes que pensar unos momentos. ¿Qué te pasaría si en vez de unos días, tuviera que estar años enteros sin verte, como les pasa a otros? ¿Qué harías tú entonces? ¿Morirte?
[…] No hay ninguna mujer digna de compararse a ti. No temas que se enfríe mi querer en este diciembre de nieve y lujuria madrileños. […] No me digas más, guasona mía, que si el credo y el medio padrenuestro. Ya lo hemos agotado bastante el tema. Y bueno: te voy a dejar aquí, con estas letras, entre tus manos que tengo ganas de estrechar -¡quién pudiera hacer algo más que estrechártelas!- porque he de ver a unos señores que me han prometido interesarse por mi asunto y son las dos, y se me enfrían los fideos. ¿Quieres que te diga algo nunca oído, una cosa nueva, extraña, que te sorprenderá cuando la leas? Pues ahí va: ¡TE QUIERO! ¿Verdad que no has oído nunca eso?
Adiós, nenica, no dejes de hacer lo que te aconsejo, o me enfadaré mucho contigo cuando te encuentre.
¿Qué quieres de mí? ¿El corazón? ¡Si ya te lo dejé al venirme encima del tuyo!
Adiós, adiós, tu
Miguel
A mi gran Josefina adorada
Tus cartas son un vino
que me trastorna y son
el único alimento para mi corazón.
Desde que estoy ausente
no sé sino soñar,
igual que el mar tu cuerpo,
amargo igual que el mar.
Tus cartas apaciento
metido en un rincón
y por redil y hierba
les doy mi corazón.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma,
que yo te escribiré.
Cuando me falte sangre
con zumo de clavel,
y encima de mis huesos
de amor cuando papel.
A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España (fragmento):
Llegaste a mi directamente de Levante. Me traías,
Pastor de cabras, tu inocencia arraigada,
La escolástica de viejas páginas, un olor
A Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
Sobre los montes, y en tu máscara
La aspereza cereal de la avena segada
Y una miel que media la tierra con tus ojos.
[…]
Ya se acerca
La luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
De tierras arrasadas, ¡no te olvido, hijo mío,
No te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida
Con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
¡y encontré en mi no el llanto
Sino las armas
Inexorables!
¡Espéralas! ¡Espérame!
Canto general, 1950
Uno de los amigos de Federico y Rafael era el joven poeta Miguel Hernández. Yo lo conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras. Yo publiqué sus versos en mi revista Caballo Verde y me entusiasmaba el destello y el brío de su abundante poesía…
Confieso que he vivido, 1974
Carta de Miguel Hernández a Ramón Sijé. Madrid, 11 de enero de 1932.
Yo no sé, hermano, no sé. Tan pronto río lleno de alegrías, como, poseído de una feroz melancolía, que arranca lágrimas de mis ojos, me acomete el desaliento, tan pronto creo que lo que hago vale un poquito la pena como que estoy haciendo el ridículo, me muerdo los puños de rabia e impotencia. ¿Por qué no fui como todos los pastores, mazorral, ignorante?.... Y este odio al trabajo de los brazos… ¡Y esta ansia de cumbres y soledad de la ladera...!
Elegía a la muerte de Ramón Sijé (fragmento):
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Miguel Hernández
Un día de 1934 apareció en nuestras tertulias literarias de Madrid un poeta-pastor y no pastor-poeta […]. La incorporación de Miguel Hernández Gilabert –tal se llamaba el recién venido- dejaría una huella duradera. […]. En Miguel Hernández hay algo más –contra lo que rumorean algunos- que un simple lector apasionado de Góngora y Garcilaso, que un espíritu nutrido en los tomos clásicos de Rivadeneyra; hay, más allá de sus asimilaciones, una voz personal, un acento bravío, hondo, mezclado con transposiciones y técnicas de las últimas escuelas.
No es el recuerdo ni nada que se refiera a la memoria adecuado para referirme a la presencia de Miguel Hernández, hace ya tanto tiempo desaparecido físicamente —realmente, según lo que suele entenderse por realidad—. Mas existen sucesos, lugares, personas que han sido reales y verdaderos. Y así, el tiempo que pasa va dejando ver su verdad realmente. Son presencias vivientes que nos acompañan, presencias reales a fuerza de verdaderas.
Miguel Hernández poeta es, y no únicamente para mí, una de esas presencias. Poeta lo era ya y como poeta lo conocí. Mas aunque no hubiese escrito una sola línea, él sería el mismo. Y ello revela su grandeza. Claro está que si ciertos seres no se hubiesen manifestado por la poesía o por alguna otra «acción» no los conoceríamos. Y al caer en la cuenta de ello se dan gracias, si antes no se hubieran dado, a esas manifestaciones vivientes que nos regalan, además del «poema», el conocimiento, y en este caso para mí la compañía de uno de esos seres, no el único, por ventura: Miguel Hernández.
El País, 9 de julio de 1978, pp. 6-7
Créditos: Elaborado por el Servicio de Información Bibliográfica de la Biblioteca Nacional de España.