Siglo XVII
La crisis política y económica que padeció el continente europeo durante el siglo XVII comportó un descenso en la cantidad de ediciones musicales, que eran además, por lo general, menos cuidadas que las de la centuria anterior, Así las cosas, no es de extrañar que la imprenta musical hispana, lejos de alzar el vuelo, tuviera una actividad reducidísima. En la producción y distribución de la música del periodo imperan abrumadoramente, por tanto, los manuscritos.
En la evolución de la música sacra en latín durante el siglo XVII influyó en gran medida el flamenco Philippe Rogier, especialmente por el impulso que supuso su nombramiento como maestro de capilla en la Corte de Felipe II, en 1588, para la práctica de la policoralidad en los reinos hispanos. En las composiciones de Rogier se reconoce la huella de las tradiciones contrapuntística francoflamenca y policoral veneciana, como también en las de los siguientes maestros de la Capilla Real, Matheo Romero (con Felipe III) y Carlos Patiño (con Felipe IV). Otros nombres señalados en este campo son Juan del Vado, cuyo Libro de misas de façistor es una de las fuentes de mayor relevancia para conocer la escritura musical litúrgica en stilo antico; y Juan Esquivel de Barahona, el polifonista más representado en la producción impresa de la época.
Cantar villancicos siguió siendo práctica habitual en las iglesias del país. No se definían, ni en este siglo ni en los siguientes, por su forma poética o musical, sino por su función, como obra en romance cantada en un contexto sacro por músicos profesionales. En la Capilla Real la responsabilidad de escribirlos recayó en los más renombrados compositores de música de cámara del momento, Juan Hidalgo y Juan del Vado. Por otro lado, en los ámbitos privados florecieron bailes como la zarabanda, la chacona o la folía, así como los llamados tonos humanos, composiciones cultas moldeadas partiendo de poemas en castellano.
El teatro lírico se manifestó durante el siglo XVII en géneros como la comedia mitológica, los autos sacramentales, la zarzuela barroca o la ópera; esta última se cultivó, en relación con otros países europeos, de manera excepcional. Se conserva un muy escaso número de partituras completas de obras de teatro musical de la época, todas manuscritas, entre ellas las de Muerte en amor es la ausencia y Selva encantada de amor, ambas firmadas por Sebastián Durón. La primera partitura dramática impresa en España data de 1699: Destinos vencen finezas, de Juan de Navas, salida de las prensas de la Imprenta de Música.
Al igual que la música de vihuela en la centuria anterior, la de guitarra constituye una parte importante de la producción editorial española en el siglo XVII. Sobresale la popularísima Instrucción de música sobre la guitarra española, de Gaspar Sanz, que conoció hasta ocho ediciones entre 1674 y 1697, todas ellas publicadas en Zaragoza por los herederos de Diego Dormer. Esta obra posee también una gran trascendencia desde el prisma de las técnicas de impresión musical: el propio Sanz la grabó en plancha metálica, erigiéndose así en pionero en nuestro país del método de estampación que imperaría en la Europa del siglo XVIII.
En el ámbito de la teoría musical descuellan las figuras de Pietro Cerone, firmante del enciclopédico y monumental El melopeo y maestro; Andrés Lorente, cuya obra El porqué de la música se considera un fiel reflejo de la evolución de la música a lo largo de la centuria; y Pablo Nassarre, autor de un primer tratado de importancia a finales de este siglo, Fragmentos músicos, aunque su obra principal, Escuela música, aparecería ya en el XVIII.
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