La ilustración en los libros de ciencias
Cuando Ivins publica en 1953 su libro sobre la imagen impresa, defiende que la historiografía del arte ha dado demasiada importancia a la dimensión expresiva o decorativa de las imágenes grabadas, prestando poca atención a su potencia epistémica, esto es, a su capacidad de crear, transmitir y reproducir información y conocimiento. Acercarnos vagamente a la historia del libro ilustrado grabado, con sus diferencias e interferencias contextuales, permite hablar ―sobre todo―de cómo se irá asentando ese poder de la imagen en la cultura de la ciencia moderna.
La conocida afirmación de Plinio el Viejo respecto de la escasa fidelidad de las imágenes a los objetos originales había conseguido que los viejos libros de la antigüedad grecolatina dedicados a la historia natural hubieran prescindido de ilustraciones. Sin embargo, durante la Edad Media empiezan a proliferar manuscritos iluminados que representan las fábulas, adornan los bestiarios y acompañan las diferentes historias contadas. Gracias a la ciencia hispanojudía e hispanoárabe llegarían las traducciones de la historia natural, se iluminarían tratados medicinales o herbarios manuscritos. Poco a poco, los dibujos irán esquematizando y seleccionando los detalles esenciales y relevantes de un animal o una planta con el objetivo de presentar su verdad científica, sin adorno ni artificio, y asistiremos a un contraste entre aquellas visiones fabulosas y las clasificaciones taxonómicas de especies naturales que empiezan a aparecer como iconos inmutables. Herederos de esta exigencia empírica, durante el Renacimiento europeo se empezaron a atestiguar disecciones anatómicas o a clasificar de manera sistemática nuevas especies zoológicas y botánicas.
Los grabadores alemanes empezaron a ilustrar mediante toscas y duraderas xilografías las plantas medicinales de Leonhart Fuchs y Otto Brunfels, cuyas traducciones y láminas llegarían después a España. En este mismo periodo llegó también la traducción que hace Andrés de Laguna de De materia medica de Dioscorides, mientras que en el Tractado de las drogas de Vicente Acosta y en la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales de Nicolás Monardes también aparecerán grabados de plantas. La exploración de Francisco Hernández a Nueva España trajo grabados no sólo de plantas, sino sobre todo de animales en el Rerum Medicarum Nouae Hispaniae. En 1543 Vesalio marcará también un hito al publicar con sucesivos grabados de anatomía el De humani corporis fabrica, que influirá claramente sobre el estudio y práctica médica de la época. El Libro de la anothomia del ho[m]bre, del también médico de Carlos V, Bernardino Montaña de Monserrate y, sobre todo, la Anatomia del corpo humano de Valverde de Amusco, ejemplifican esta influencia.
Al mismo tiempo, comenzaron a aparecer tratados sobre geometría y perspectiva en el dibujo (Alberti, Durero) que llevarían a que, por ejemplo, Joan de Arphe y Villafañe publicara su De varia commensuracion. También aparecerán en este periodo manuscritos de ingenios que teatralizan máquinas en un destacado interés por la mecánica de la naturaleza. Los códices I y II de Madrid de Leonardo da Vinci o Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas de Pedro Juan de Lastanosa emergen como un tipo de ilustración que resonará en el Theatrum instrumentorum et machinarum de Besson o en el Theatrum machinarum novum de Böckler.
Los tacos que acompañan el Quilatador de la plata, oro y piedras de Juan de Arfe o De re metalica de Bernardo Pérez de Vargas serán útiles para instruir en las artes de trabajar el metal, aunque no lograrán las refinadas líneas de los grabadores alemanes ni la perspectiva de los dibujantes italianos.
De hecho, será este tipo de perspectiva la que vaya apareciendo en la ilustración de libros como De re militari de Valturius, considerado el primer libro técnico ilustrado grabado. A lo largo del siglo XVII los tratados de fortificaciones y antecedentes de la ingeniería civil ilustrados con láminas grabadas se editarán especialmente en Italia. Discurso de artillería del Capitán Lechuga, Plantas de las fortificaciones de Milán o Escuela de Palas, de José Chafrión (que también trata de geometría y cálculo) son algunos ejemplos. También se publicará en España la Arquitectura militar de Mut y llegarán los grabados a la versión castellana de la Architectura de Andrea Palladio. Entre tanto, emergían instrumentos de náutica y cálculo marítimo que había que presentar, como en Breue compendio de la sphera de Martín Cortés o El compendio del arte de navegar de Rodrigo Zamorano.
Poco a poco, las emergentes y disputadas reglas de la mecánica y la óptica (con las obras de Desargues, por ejemplo) permitieron cierta sofisticación en las reglas de composición de los dibujos. Además, con la proliferación nuevos inventos e instrumentos de visión (espejos, cámaras oscuras, linternas mágicas, microscopios, lentes de aumento…) se dibujarán las ciencias y se inscribirán y grabarán sus objetos de interés con uniformes líneas. Junto con la progresiva estandarización y circulación de los materiales y técnicas de dibujo y estampación (máquinas para dibujar, pero también recetas de tintas, ácidos y barnices), el trabajo de copistas, ilustradores e iluminadores amanuenses fue desapareciendo durante el siglo XVI y dejando paso a la reproducción mecánica de impresiones textuales (libros) y visuales (grabados) que permitieron esa supuesta homogeneidad en la transmisión de información y su rápida difusión. Es decir, permitiendo que letras, números y figuras queden, todos ellos, sujetos a la repetibilidad.
Con la nueva cultura impresa la imagen grabada del mundo aparece como una posibilidad de acceso invariable y confiable a realidad de las cosas para todos aquellos que no han presenciado en primera persona la orografía de un territorio, el funcionamiento de una máquina, la morfología de una planta o la fisiología de un cuerpo humano. Cuando lo que significa conocer y transmitir está en juego, la autoridad de la palabra transcrita dejará paso al modelo de la evidencia visual.
De hecho, para trasladar una experiencia visual uniforme a un plano, registrarla y dibujarla, será necesario colocar el ojo a una distancia concreta y prudente respecto a los objetos, tomarlos como un todo y después simplificar y diseccionar sus partes. Los adornos irán finalmente borrándose hasta hacer líneas más finas y detalles más precisos. Si la perspectiva lineal permite un lenguaje visual homogéneo en el que se estandariza un punto de vista ―donde los objetos aparecen aislados, sin fondo ni ruido―, el grabado permite que ese dibujo se mueva o circule sin variación ni distorsión.
A partir del siglo XVII las observaciones de campo y las pruebas experimentales empezaron a disputar el centro de la práctica científica, y el afán de aquellos novatores por sacar la escolástica de las universidades españolas convirtió a los grabadores en actores decisivos para defender el racionalismo y empirismo que discutían Newton, Descartes o Leibniz. Con la nueva filosofía experimental de inspiración baconiana, los experimentos particulares ya no tendrán la finalidad de asombrar a los asistentes, sino de buscar el consenso del público mediante la reproducción de aquellas demostraciones. Analysis geometrica sive Nova de Antonio Hugo de Omerique, el Compendio mathematico de Tomás Vicente Tosca, la Fisica moderna racional y experimental del médico Andrés Piquer o el Aparato para la historia natural española de José Torrubia, con grabados de los fósiles recogidos y observados durante sus viajes, sirven como ejemplo de práctica científica precursora de la ilustración.
A partir del siglo XVIII será más habitual que artistas y científicos se alíen en esta revaloración del mundo de las imágenes. Dibujantes y botánicos viajaron juntos para plasmar la Flora española recopilada por José Quer y Casimiro Gómez Ortega. Posteriormente, Hipólito Ruiz, José Cavanilles o José Celestino Mutis ejemplificarán esa tradición de describir especies botánicas a partir de expediciones como aquellas al Virreinato del Perú, Nueva España o Nuevo Reino de Granada.
Convencidos de que una afirmación rigurosa se vuelve tal si lo que se dice está a la vista, de que el conocimiento bien presentado entra por los ojos, la ilustración tenía que aliarse con el nuevo mundo de las imágenes. Así, el papel que ejerce la técnica del grabado estará estrechamente ligado a las historias de producción visual de la objetividad en las prácticas científicas. Para que un libro científico sea fiable, el rol de las imágenes tiene que ser ilustrativo, esto es, una correspondencia entre la apariencia del objeto de la naturaleza, la imagen que lo presenta y el relato que lo describe. Estos objetos de representación visual ya no pueden ser ni particulares ni interesados: tienen que ser universales. La observación supuestamente desinteresada se consolidaría como la primera fuente de conocimiento y, el grabado, aliado con la imprenta, como el medio para difundirla. El libro ilustrado grabado proliferará entonces como una forma de hacer los hechos más sólidos, de oponerse a una refutación retórica que ahora tiene que ser profundamente demostrada en términos de lenguaje visual. El grabado consolidaría una relación indisoluble entre texto e imagen sin la cual no podemos entender la aparición de la ciencia moderna en los siglos XVII y XVIII. Actuará como el agente secreto y silencioso que hizo de la imagen del mundo una poderosa cuestión tan política como epistémica.
Con las expediciones político-científicas, el testimonio válido será el del testigo ocular. De ahí que, para difundir el cálculo del meridiano la tierra tras la Misión Geodésica Hispanofrancesa (1735-1744), Jorge Juan y Antonio de Ulloa buscasen en Francia grabadores de calidad. El propio Jorge Juan expondría en sus obras grabados de los instrumentos de navegación más eficaces para medir el nuevo mundo. El uso de mapas, globos terráqueos y demás aparatos de cosmografía serían fundamentales para establecer Principios geográficos como los que permitieron al geógrafo Tomás López fabricar sus Atlas. Sin embargo, el enfrentamiento con la Corona española dificultó la difusión de las imágenes que Malaspina y Bustamante, acompañados de dibujantes y pintores, habían tomado de los animales, plantas y vistas de las diferentes regiones que visitaron en su expedición.
De vuelta, hay que tener en cuenta que los propios ideales de la ilustración (razón universal, eficacia y progreso técnico) se transportaron también a las prácticas artísticas. Si El museo pictórico y escala óptica de Antonio Palomino había triunfado por sus demostraciones geométricas, Juan Bernabé Palomino grabaría tanto la arquitectura de los Reales Sitios como la Anatomía completa del hombre.
Los ilustrados verían en el dibujo un medio útil para difundir sus ideas en un momento en el que el término artista incluye al que crea y piensa y al que sólo reproduce, el grabador. La academia de Madrid (1747) priorizó entonces la enseñanza del dibujo y cuando en 1752 se crea la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde Francisco Subirás o Benito Bails impartieron física y matemáticas, se ubicará en el mismo edificio que el Real Gabinete de Historia Natural (1771), cuyos animales quedarían representados en las láminas publicadas por Juan Bautista Bru de Ramón. Con el Plan de grabadores del rey (1788) que tantos esfuerzos dedicó a enviar pensionados a aprender la técnica parisina y que daría lugar a la Calcografía Nacional, la alianza entre Corona, grabado y utilidad se asientan en el discurso ilustrado. Paralelamente, el academicismo de la época procuró que las artes de grabar experimentaran la normalización de ciertas técnicas y materiales para ilustrar libros en declive de otras: la reproducción sobre la expresión, el cobre sobre la madera, la línea sobre la mancha, la talla dulce sobre el aguafuerte, la escala de grises sobre el color... Aunque había habido en el siglo XV algunos pequeños ejemplos, a partir del s. XVI prolifera el grabado calcográfico, y con la desaparición de la xilografía (aunque volverá después a la testa con las técnicas de fabricación de papel satinado y el perfeccionamiento del rodillo para el entintado de los tacos) desaparece también el grabado original. Dicho de otra manera, con la dulce entalladura el grabado de reproducción se abrirá camino, especialmente en España, porque los grabados a buril serán más nítidos y, por tanto, adecuados para los libros didácticos y de divulgación científica, que asumieron una función de imagen pre-fotográfica.
Desde entonces, el grabado será una forma de ofrecer al público la apariencia de una representación inmediata y real, una naturaleza que habla y se explica por sí misma. En este sentido, el grabado funcionará como una forma de comunicación de información al mismo tiempo que como una práctica de persuasión, donde el diseño iconográfico, no menos dramatizado o intervenido (limpieza y precisión sin ambigüedad ni interpretación), será tan importante como la tecnología literaria que ya no narra, sino que describe por medio de una prosa impersonal y modesta.
La práctica del grabado consolida, por lo tanto, ese desplazamiento en la epistemología visual hacia los testigos desinteresados, donde el mérito del grabador será mostrar el dibujo tal como es. Cuando la máquina cuenta el hecho, el científico desaparece. Cuando el dibujante lo presenta, el grabador desaparecerá también. Para que tenga la eficacia que se presupone, esto es, convencer, el grabado de buen gusto será aquel en el que menos se perciba su manualidad. Será el arte ilustrado por excelencia, una vía hacia el progreso universal del conocimiento en tanto que presenta delicadamente verdades útiles. En consecuencia, el libro ilustrado con grabados se convertirá en la tecnología de información más eficaz para hacer ciencia. Con él, se redefine lo que significa ver y lo que hay que observar, lo que significa registrar fielmente, y lo que puede perdurar sin alterarse. El grabado consigue hacer que las especies botánicas, los edificios arquitectónicos, los ángulos geométricos o los órganos anatómicos que un científico observa se vuelvan eternos e inmutables. Con el grabado, el sueño ilustrado consigue que la mecánica de la naturaleza circule y perdure sin alteraciones, que las reproducciones le ganen terreno a lo irrepetible.
Las láminas de los libros saldrán, entonces, de las imprentas más relevantes del momento (Imprenta Real, Ibarra, Sancha…) para difundir obras que fueron muy populares en Francia y se difundieron por toda Europa, como la traducción del Espectáculo de la naturaleza de Noël-Antoine Pluche, la Historia natural, general y particular del conde de Buffon traducida por Clavijo y Fajardo, las de física experimental y electricidad del Abad Nollet o el Tratado de fortificación de Muller. Igualmente, la ilustración representativa se convirtió en una marca distintiva de los libros de referencia del siglo XVIII, como podemos ver en las versiones españolas de la Encyclopedia metódica: dispuesta por orden de materias, en el Diccionario universal de Física de Mathurin-Jacques Brisson o en el Diccionario elemental de farmacia de Manuel Hernández de Gregorio.
En la anatomía y medicina moderna el registro del interior del cuerpo ya se había vuelto una práctica indispensable para describir el tratamiento de enfermedades, como ilustran los tratados de Manuel de Porras o de Francisco Suarez Ribera grabados por Matías de Irala.
Como símbolo del avance técnico triunfarían diversas obras de relojería, se publicarían las Memorias instructivas y curiosas sobre todo tipo de ciencias, la Coleccion general de maquinas de Miguel Jerónimo Suárez y Núñez, la Instruccion metodica sobre los mueres de Joaquin Manuel Fos, la Descripcion de las maquinas de mas general utilidad que hay en el Real Gabinete por Juan López de Peñalver, los Tratados de arquitectura civil de Vicente Tosca o las obras de ingeniería de Agustín de Betancourt presentadas en la Real Academia de Ciencias de París.
Para un uso aplicado a las nuevas manufacturas o utilitario podemos destacar el Tratado instructivo y práctico sobre el arte de la Tintura de Luis Fernández, la traducción del Arte del blanqueo grabada por Gómez de Navia o el Curso de química general aplicada a las artes escrito por San Christobal junto a Garriga y Buach y grabado por Manuel Esquivel Sotomayor. Además de para la aplicación de industria textil, Pedro Gutiérrez Bueno publicó varias obras para acercar la enseñanza de la nueva química a España.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX comenzará a desarrollarse una separación entre el trabajo de artistas y científicos. Mientras una nueva técnica de grabado, la litografía, ganó adeptos entre dibujantes y pintores para reproducir la expresividad de los más preciados cuadros (con alguna excepción, por ejemplo, las litografías de Eduardo Laplante que ilustran la industria azucarera en Cuba), las ciencias aplicadas seguirán apostando por la precisión de la línea fina y la vista de alzado; cuando no de la perspectiva isométrica, como en la Construcción general de José A. Rebolledo o la Química industrial y agrícola con grabados de J. Gonzalo.
Con la llegada del daguerrotipo y el auge de técnicas de fotograbado, las imágenes científicas quedarán, al fin, presumiblemente en manos de la reproductibilidad mecánica. No obstante, el dibujo seguirá siendo un medio valorado y fundamental para seleccionar y presentar la información de forma clara. Los dibujos del laboratorio de Ramón y Cajal son, probablemente, el mejor ejemplo de legado de este recorrido por hacer de los objetos de imaginación objetos de conocimiento.
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